sábado, mayo 16, 2009

La radiación


Hoy me desperté radioactivo.

Ya cuando me frotaba la cara en la oscuridad del cuarto el brillo de mis manos era evidente. Y afeitándome en el espejo el fulgor de mis ojos lo confirmaba sin sombra de duda.

¡Carajo! otra vez radioactivo...

Llamé al trabajo y le dije a mi jefe que tenía que faltar. Refunfuño un poco. Era obvio que no era un buen momento. Igual nunca lo era. De todos modos nadie espera que vayas a trabajar radioactivo ¿verdad?

Para aprovechar la mañana, de otra forma inútil, decidí ir al almacén. En el camino freí a dos gatos casi sin querer. Y digo casi porque normalmente me gustan los gatos pero raras veces es un sentimiento mutuo. Esta vez tampoco fue la excepción.
Estaban muy tranquilos en su tacho de basura pero al acercarme comenzaron a erizar los pelos del lomo y a emitir un chillido insoportable.
No me gustó, lo sentí como una desconsideración de esos gatos callejeros de pacotilla.
Observé el segundero en el reloj y detuve mis pasos. Eran las 10:30.25. Cuando los gatos cayeron muertos volví a consultarlo: 10.30.50. ¿Menos de 30 segundos? Mejor que no me quedara mucho en ningún sitio. Hoy la radiación era particularmente fuerte.

La gente en la calle evitaba mi mirada. Lo bien que hacían pensé en ese momento.

En el almacén quisieron convencerme para que mirara fijo la estantería del pan hablándome de no se que pavada con respecto a su fabricación. A otro con ese cuento. Que limpien bien si quieren asepsia.

La hija del dueño me sonríe a menudo. Creo que piensa que soy un buen partido. Sin embargo hoy toda la familia del almacenero estaba distante detrás de sus delantalitos aislantes. No puedo culparlos. Al menos creo que me dieron la mano como siempre, bueno, salvo el guantelete de plomo que separaba mis mortales palmas de las suyas.

Pagué rápido y me fui dejando un par de monedas luminosas y calientes de un peso que el dueño casi sin tocarlas guardó, apresuradamente, en una urnita gris preparada al efecto.

Al salir divisé a mi ex novia mirando una vidriera. De pronto el odio y rencor de los últimos años me incendiaron y pensé ¿Por qué no?
Era una hermosa oportunidad de pagarle sus mentiras friéndola como quien no quiere la cosa y por puro accidente.

No se podría demostrar que fue premeditado. Hay tanta gente radiactiva hoy en día que a nadie puede hacerse responsable por un deceso involuntario.

Me acerqué discretamente para colocarme a sus espaldas preparando el ataque que, en realidad, solo significa estar cerca el tiempo necesario. La radiación actúa por su cuenta.

Pero en cuanto llegue a colocarme a sus espaldas vio mi reflejo y se dio vuelta de inmediato.

_ ¿Víctor? Me dijo asombrada _ ¿Qué cuentas tanto tiempo?

_Ah ¡Hola Andrea!_ Atine a balbucear confundido. Ahora de cerca estaba tan hermosa que me costaba hablar con calma. ¿Cómo podía siquiera pensar en hacerle daño? Era el momento de huir,

_ ¿Estas bien?_ Dijo, mientras me miraba con sus bellas cejas fruncidas

_Bien todo bien_ Dije _ Andrea me tengo que ir... resulta que estoy... radioactivo


_Víctor ¿Que dijiste? no entiendo ¿De qué estás hablando?_


_¡Qué estoy radioactivo ! ¡Ya no queda tiempo me voy!

Desesperado retrocedí sobre mis pasos pero ella me tomó de la mano reteniéndome mientras me miraba con cara triste. Pobrecita ¡en sus últimos momentos se compadecía de mi!

_Esta es otra de tus cosas ¿no Víctor?... siempre soñando despierto. Será por eso que nosotros nunca pudimos..._


De pronto su cara se puso roja y comenzó a jadear y ahogarse como un pez fuera del agua.

¡Víctor.., no puedo…. respirar... ¿Qué pasa? Víctor!


Como se sabe, una vez comenzado, el proceso es irreversible. Aunque ya me había arrepentido de mis primeras intenciones igual no podía hacer nada. Desconsolado sólo atiné a contemplar, congelado en ese sitio como la vida se escurría de su cuerpo entre convulsiones.

Cuando todo terminó le acomodé la ropa, le cerré los párpados y la deje sentada sobre la vereda. No tenía ganas de hablar con la policía. Era tan inútil como innecesario.
Me fui corriendo con los ojos anegados en llanto.

¡Maldita radiación!


Al llegar a mi casa prendí el televisor y colgué el saco. Mis lágrimas ya habían dejado un sendero fosforescente en la solapa y arruinado completamente la corbata. Mala suerte, tendría que comprar una nueva.


El tonto del noticiero hablaba por milésima vez del estrangulador de Buenos Aires y de la que parecía ser su última víctima...


Idiotas... que sabrán ellos de la radiación

1 comentario:

Maxi dijo...

Lo acabo de leer por 3ra vez.
Te faltan algunos conectores para que sea totalmente fluida la lectura.

Pobres gatos...